divendres, 30 de juny del 2023

EL SALARIO EMOCIONAL EN LA DIALÉCTICA DEL PERDEDOR

     Uno de los conceptos esenciales que se aprenden en el sindicalismo sociopolítico y confederal de CCOO es que hay que luchar, sí, por la revalorización de los salarios en el convenio colectivo correspondiente, pero no perder de vista el salario social. Vamos, que hay que luchar por la defensa del poder adquisitivo de final de mes (el salario nominal) , pero también por la mejora de los servicios de la comunidad: sanidad, educación, cuidados, etcétera. Sin embargo, después de los avances institucionales de las derechas montaraces en las últimas elecciones municipales, ahora se nos dice que la batalla hay que darla en el campo de las emociones. La izquierda debe convertirse en coach emocional, porque es ahí donde la derecha ha ganado con sus políticas y campañas de odio, puesto que ha contado con la inestimable ayuda de las cadenas de televisión generalistas, la mayoría de ellas en poder de los bancos y de capital extranjero berlusconiano. Además, el PSOE no quiso ahondar más en la democratización de la televisión pública y, como de costumbre, toreó a Unidas Podemos.

     No sólo en los principales medios de comunicación se ha propagado la demagogia emocional. Le debo a mi amigo Luis, un profesional de la televisión con cincuenta años de oficio a las espaldas, y que sabe muy bien cómo los informativos se han convertido sobre todo en espectáculo que se monetiza y genera valor, y ahora también en las redes. Decía Luis que no le extrañaba que Tik Tok fuera un producto chino. Enseguida lo atribuí a las condiciones de trabajo de ritmo vertiginoso y a la ausencia de sindicatos que defiendan los intereses laborales, puesto que allí son los sindicatos oficiales los únicos legales y que operan, precisamente, para promover la sumisión perruna del confucianismo vestido ahora -en la dinastía actual- de Partido Comunista. Su explicación me recordó mis últimos años de profesor de secundaria, cuando, en un taller de Filosofía de Cuarto de ESO lancé una pregunta a mis alumnos: «Creéis que Sísifo, en el cumplimiento de su castigo, es feliz en algún momento? Si es así, ¿cuándo?» Dudaron en un primer momento; después hubo unanimidad: Cuando llega a la cima, y, en la pausa, la roca rueda pendiente abajo. Algo así entendí del comentario de Luis. Tik Tok es una herramienta, que según los expertos, es usada por la extrema derecha y ha abierto brecha importante entre los jóvenes: fácil, directo, breve, emoción intensa. Es un tipo de entretenimiento que genera adicción. Pero no es sólo Tik Tok.

     Uno de mis periodistas predilectos, Ignacio Ramonet, en su último libro, La era del Conspiracionismo, se interroga cómo pudo llegar a ser posible el asalto al Capitolio en Estados Unidos, qué factores y el humus comunicacional que los posibilitó; cómo se produjo esa poderosísima intoxicación colectiva. Según Ramonet, la crisis global de las sociedades que está provocando el nuevo sistema desinformativo de las redes sociales tiene efectos nocivos en la gobernabilidad política porque conlleva la progresiva conversión de las mentalidades al culto de la mentira. Produce adicción y una especie de ludopatía. Vox y el PP no han hecho más que traducir y adaptar el manual que propagó el trumpismo. Ramonet nos remite al estudio realizado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), publicado por la revista Science, que confirma que las noticias falsas poseen más de un 70% de posibilidades de ser compartidas en las redes sociales que las noticias verdaderas. El mismo autor añadía que, por definición, las redes sociales no están hechas para informar, sino para emocionar, para opinar, no para matizar.

     La manera de consumir contenidos en las redes (claro está, atendiendo a la diversidad y a la propia especificidad de cada una de ellas) no es pasar el tiempo leyendo o viendo la integralidad de los documentos que uno recibe.  Los usuarios de las redes -donde también me incluyo- muchas veces no somos receptores siempre pasivos, como los de la radio o la televisión. Las redes están hechas sobre todo para actuar. Necesitamos compulsivamente compartir , ya marcando con likes o retuiteando o reenviándo por Whatsapp. El placer del internauta, lo que a este le gusta, es comunicar, transmitir, reenviar, difundir. La red, de hecho, funciona como una cadena digital. Cada usuario se siente eslabón, vínculo, enlace, con la obligación de expresarse, de opinar, de conectar, comentar, remitir, enviar, pasar, repercutir.

     Lo que más circula y mayor influencia tiene en algunas redes (Facebook, Twitter, Instagran, Tik Tok) son los memes, o sea, especies de gotas, de resúmenes muy reducidos, muy sintéticos, caricaturales de un tema... Es lo que más se comparte. Los memes funcionan como si, en la prensa escrita, las informaciones se redujesen únicamente a los títulos de los artículos, y no hubiera necesidad de leerlos. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. La neurociencia lo ha certificado y se ha verificado en los fenómenos del Procés de Cataluña, así como en el movimiento del 15-M y el ascenso y declive de Podemos (que copió el modelo de 5 Estrellas italiano, y su populismo emocional).

     El pensador estadounidense, Jonathan Crary, más pesimista, en su último libro, Tierra quemada, aún es más descorazonador. Según este autor, la idea de que Internet podría funcionar independientemente de las catastróficas operaciones del capitalismo global es una de las estupefacientes ilusiones de este momento, porque están estructuralmente entrelazados. Crary considera que el capitalismo siempre ha sido una conjunción de un sistema abstracto de valor y las externalizaciones físicas y humanas de ese sistema. Pero, con las redes digitales contemporáneas, hay una integración más completa de ambos. A partir de mediados de la década de 1990, el complejo de Internet se promovió como inherentemente democrático, descentralizador y antijerárquico. Se dijo que era un medio sin precedentes para el libre intercambio de ideas, independiente del control de arriba abajo, que nivelaría el campo de juego del acceso a los medios de comunicación. Pero no fue nada de eso. Hubo una fase efímera de entusiasmo ingenuo. En su pesimismo existencial, Crary opina que la narrativa actual -de una tecnología igualitaria en peligro por corporaciones monopolísticas, la anulación de la neutralidad de la red y las invasiones de la privacidad- es claramente falsa. Nunca ha habido ni habrá un "procomún digital". Desde el principio, el acceso a Internet para un público global siempre tuvo que ver con la captura del tiempo, con el desempoderamiento y la conectividad despersonalizada. Y ello, a pesar que aparentemente proporcionan un acceso popular o democrático a la información.

     Aunque no comparta ese derrotismo, hay cierto consenso en que en estas elecciones, las del 23J, no se van a dirimir en el terreno de la rendición de cuentas, sino más bien en el ajuste de cuentas por parte de las derechas echadas al monte, que no pueden rebatir los avances sociales, aunque tímidos (porque ya sabemos que el PSOE llamado «caoba» ha ido arrastrando los pies y ha costado sangre, sudor y lágrimas aprobar las leyes que más benefician a la mayoría social:  vivienda, alquileres, salario mínimo, reforma laboral, feminismo, etc., que ahora el partido mayoritario de la coalición las hace «suyas». Eso cuando no está la vicepresidenta Calviño vigilando.

     En definitiva, los expertos demoscópicos insisten en que la batalla se va a jugar en el terreno de las emociones. Y aquí viene mi desubicación: «¿y eso cómo se hace?». ¿Convirtiéndonos en el PSOE-rosa de Alejandría, roja en campaña electoral y blanca durante el resto del tiempo? Ese territorio ya está ocupado -y muy bien por cierto- por esa maquinaria tan bien engrasada de miles de concejales socialistas y su clientelismo marca de la casa. Más que un partido discutidor es una empresa con miles de nóminas a preservar. Al menos el ya alcalde de Barcelona, J. Collboni, no engañó, o solo a medias... Volvamos a la pregunta «¿y eso cómo se hace?» ¿Convirtiéndonos al peronismo de primero de Laclau como el Podemos que quería asaltar los cielos para apartarnos a los de la casta de ICV y de Izquierda Unida?

     Miren Etxezarreta , economista e intelectual de izquierdas  y catedrática Emérita en Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un encuentro que organizó ICV en el Tecnocampus de Mataró, proponía la fórmula para combatir las políticas de austeridad de la calamitosa canciller alemana Angela Merkel. Consistía en que la izquierda debía mostrar el dolor en todos los ámbitos que sus políticas representaron para la clase trabajadora. Esa era una manera de torcerle el brazo a las políticas neoliberales que la Unión Europea ordenaba y que ahora, con la señora Lagarde al frente del Banco Central Europeo está volviendo a recuperar después de la pandemia. Sin embargo,... me pregunto:

     ¿Es que la eutanasia colectiva forzada que supuso las políticas de la señora Ayuso en las residencias de ancianos Madrid no fue suficiente manifestación de sufrimiento? ¿No son suficientes muestras de descontento las mareas blancas y las humillaciones constantes a los barrios populares de la lideresa independentista madrileña? Esa misma incógnita intenta desentrañar Ignacio Ramonet cuando hurga en las causas del porqué la población blanca empobrecida se ha hecho trumpista en EEUU. Aquí también tenemos nuestros ejemplos: el 18% de votos a VOX en un barrio que se hizo famoso en Barcelona durante la transición, Torre Baró. En Mataró, los barrios de Cerdanyola Sur y Rocafonda conjugan una gran abstención con un apoyo muy significativo al partido de extrema derecha. ¿Cómo combatir la desesperación del perdedor que sólo se reconforta en el odio que le proporciona su burbuja contra aquello que es diferente, porque a él no le calienta el sol en invierno ni tiene sombra en verano?

     Las apelaciones a la esperanza y a la unidad de la izquierda que representan el movimiento SUMAR es una condición necesaria. Sin embargo, no será suficiente. Si algo nos enseña la experiencia es que si no hay organización, el primer vendaval autoritario puede causar estragos de difícil restauración a corto plazo. No obstante, la palabra ORGANIZACIÓN se ha convertido en un concepto totémico, mágico, y también vacío. Como decía un joven comentarista y periodista local, C. Comas, los partidos políticos se han convertido en grupos de Whatsapp. Crean ilusión de red, pero prácticamente no tienen relación presencial, física, mamífera, plasmaciones de sus proyectos. Quizás sea ese calor humano cotidiano, el que vemos cada tantos años en los actos electorales, los que haga falta en la militancia cotidiana, y eso no es fácil cuando todo el mundo tiene sus cuitas, sus horarios imposibles para la conciliación, y cuando tenemos nuestras series y burbujas mediáticas que nos proporcionan consuelo y salario emocional compensatorio. Tal cual como diría Eudald Carbonell, el arqueólogo. No va muy desencaminada Yolanda Díaz cuando propone trabajar menos para vivir más. El fordismo de la fábrica nos conducía al baile del Velódromo de Mataró el domingo y a la cuadrilla de amigos. Eso se acabó. El nuevo capitalismo flexible o impaciente, en palabras de Richard Sennett, ha hecho una organización más rígida con apariencia de flexibilidad, con más poder con los algoritmos aunque con más dispersión en el espacio y menos mamiferización entre las personas, más perrunamente sumisas ante un patrón más invisible. Menos solidaridad y codazos para «ser buenos jugadores de equipo», es decir más pelotas del jefe o de la jefa. Eso no sólo sucede en las oficinas y servicios, copiando el modelo de Master Chef. Eso me dicen mis ex-colegas profesores de instituto desde que la Generalitat de Catalunya  ha dado más poder a los directores de los centros. 


Artículo anterior: EL SALARI EMOCIONAL 4 octubre 2015

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