ELS PARTITS COMUNISTES NO EREN PER ALS ROMÀNTICS
Ans al contrari, segons Hobsbawm (1917-2012): Els Partits comunistes es caracteritzaven per l'organització i la rutina:
"Por eso los cuerpos de varios miles de militantes -como el PC de Vietnam al finalizar la Segunda Guerra Mundial- pudieron, en determinadas ocasiones, convertirse en creadores de Estados. El secreto del partido leninista no reside en el sueño de estar tras una barricada ni en la teoría marxista. Puede resumirse en dos frases: "Hay que verificar todas las decisiones" y "Disciplina de partido". El atractivo del Partido consistía en que llevaba a cabo lo que otros no hacían. La vida en él era casi visceralmente antirretórica, hecho que quizá contribuyera a producir esa cultura de interminables, y mortalmente aburridos informes, ilegibles sin remedio cuando eran reimpresos en sus publicaciones oficiales, que los partidos extranjeros asumieron como propios imitando la práctica soviéitca. Incluso en la Italia operística los jóvenes intelectuales rojos de posguerra se reían del estilo tradicional de los discursos en los grandes mítines públicos que seguían adoptando los leales a la causa....
"No es que fuéramos insensibles a la oratoria enérgica, además reconocíamos su importancia en los grandes mítines públicos y en el "trabajo de masas". Aún así, los discursos no son una parte significativa de mis recuerdos como comunista, con la excepción de uno que tuvo lugar en París durante los primeros meses de la guerra civil española pronunciado por Dolores Ibárruri, La
Pasionaria, un discurso extenso, ella vestida de negro, como una viuda, en medio del silencio cargado de tensa emoción de la abarrotada pista cubierta del Velódromo de Invierno. Aunque apenas nadie del público comprendiera el español, sabíamos perfectamente qué nos decía. Todavía recuerdo las palabras "y las madres, y sus hijos"...
"El "partido de vanguardia"leninista era una combinación de disciplina, eficiencia en el trabajo, absoluta identificación emocional y un sentido de dedicación total.
"El Partido (siempre pensábamos en él en mayúsculas) tenía derecho de preferencia, o mejor dicho, era el único que realmente tenía un derecho sobre nuestras vidas. Sus exigencias tenían prioridad absoluta. Acatábamos su disciplina y sus jerarquías. Aceptábamos incondicionalmente la obligación de seguir "la línea" que nos proponía, incluso cuando discrepábamos con ella, aunque hacíamos esfuerzos heroicos para convencernos de su "corrección" intelectual y política con el fin de "defenderla", como se esperaba de nosotros. Pues, a diferencia del fascismo, que exigía la renuncia y la disponibilidad automática del individuo a la voluntat del Líder ("Mussolini nunca se equivoca") y el deber incondicional de acatar las órdenes militares, el Partido -incluso en el momento de máximo apogeo del absolutismo de Stalin- fundamentaba su autoridad, al menos en teoría, en el poder de convicción del que eran dueños la razón y el "socialismo científico". Al fin y al cabo, se suponía que debía basarse en un "análisis marxista de la situación", estudio en el que todo comunista debía aplicarse. "La línea", por predeterminada e inamovible que fuera, tenía que ser justificada según ese tipo de análisis y, a menos que las circunstancoias lo hicieran físicamente imposible, debía "debatirse" y aprobarse en todos los niveles del Partido.
"Durante las dos guerras mundiales y en el período de entreguerras, resultaba bastante fácil en Europa llegar a la conclusión de que sólo la revolución podía ofrecer un futuro al mundo. El viejo mundo en cualquier caso tenía la suerte echada. Sin embargo, otros tres elementos diferenciaban la utopía comunista de las demás aspiraciones a una nueva sociedad. En primer lugar, el marxismo, que demostraba con métodos científicos la seguridad de nuestra victoria,,,,,,,, una predicción comprobada y verificada por la victoria de la revolución proletaria en una sexta parte del mundo y por sus progresos de los años cuarenta. Marx había explicado por qué no podía haber tenido lugar anteirormente en la historia de la humanidad, y por qué podía y estaba destinada a ocurrir entonces, como de hecho sucedió. En la actualidad, los fundamentos de esta convicción de que conocíamos el rumbo de la historia se han derrumbado, especialmente la creencia de que la clase obrera industrial sería el agente del cambio. En la "Era de la Catástrofe" parecían sólidos.
"En segundo lugar, había internacionalismo. El nuestro era un movimiento para toda la humanidad y no para un sector en concreto de ella. Representaba el ideal de superar el egoísmo, individual y colectivo. En repetidas ocasiones, los jóvenes judíos que empezaban como sionistas se unían al comunismo porque, por muy evidente que fueran los sufrimientos de su pueblo, eran sólo parte de la presión universal.
"Pero había un tercer elemento en las convicciones revolucionarias de los comunistas del Partido. En el camino hacia el milenio lo que les esperaba era la tragedia. Durante la Segunda Guerra Mundial los comunistas estuvieron ampliamente reprsentados en la mayoría de los movimientos de resistencia, no simplemente porque eran eficientes y aguerridos, sino porque siempre habían estado preparados para lo peor: para el espionaje, la clandestinidad, los interrogatorios y la acción armada. El partido de vanguardia de Lenin nació en medio de la persecución, La Revolución rusa en medio de la guerra, la Unión Soviética en medio de la guerra civil y la hambruna. Hasta la revolución, los comunistas no podían esperar de sus sociedades ninguna recompensa. Lo que los revolucionarios profesionales podían esperar era la cárcel, el exilio y, con bastante frecuencia, la muerte. A diferencia de los anarquistas, del IRA o de los movimientos de los suicidas islámicos, la Internacional Comunista no rindió en exceso culto a sus mártires.
"Sin lugar a dudas los comunistas fueron el principal enemigo de casi todos los Gobiernos, incluso de aquellos, poco relativamente, que permitieron la existencia legal de sus partidos, y constantemente nos recordaban el trato que podían esperarse en las cárceles y los campos de concentración. Y sin embargo, nos veíamos más como combatientes en una guerra omnipresente que como víctimas o bajas en potencia.
"Como Brecht decía en su espléndida elegía escrita en los años treinta a los profesionales de la Internacional Comunista, An die Nochgeborenen:
Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
"La dureza es la cualidad de un soldado, e imprime su carácter incluso a nuestra jerga política ("implacable", "inflexible", "duro como el acero", "monolítico"). La dureza, en realidad la crueldad, al hacer lo que se tenía que hacer, antes, durante y después de la revolución, fue la esencia del bolchevismo. Fue la respuesta necesaria a la época. Como Brecht decía:
Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.
"Pero la clave del poema de Brecht, que habla a los comunistas de mi generación como ningún otro, es que los revolucionarios se vieron obligados a actuar con dureza:
Desgraciadamente, nosotros
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables
Desde luevo no previmos, ni podíamos prever en su totalidad la escala de la opresión a la que se estaba sometiendo a los pueblos soviéticos bajo Stalin en la época en que nos identificábamos con él y la Internacional Comunista, y nos negábamos a creer a los pocos que nos contaban lo que sabían o sospechaban. Nadie pudo anticipar las dimensiones del sufrimiento humano en la Segunda Guerra Mundial hasta que estalló. Sin embargo, es un anacronismo suponer que sólo el desconocimiento sincero o premeditado nos impedía denunciar los actos inhumanos perpetrados en nuestro bando. En cualquier caso, no éramos liberales. El liberalismo era lo que se había derrumbado. En la guerra global en la que estábamos comprometidos, uno no se cuestionaba si debía de existir un límite a los sacrificios impuestos a los demás que no fuera el suyo propio. Como no estábamos en el poder, ni teníamos la posibilidad de estarlo, creíamos que íbamos a ser los prisioneros y no los carceleros".
L'últim paràgraf de les memòries d'Eric Hobsbawm finalitzen d'aquesta manera, que cal remarcar:
"Per no abandonemos las armas, ni siquiera en los momentos más difíciles. La injusticia social debe seguir siendo denunciada y combatida.El mundo no mejorará por sí solo"
"Per no abandonemos las armas, ni siquiera en los momentos más difíciles. La injusticia social debe seguir siendo denunciada y combatida.El mundo no mejorará por sí solo"
Una bona repassada al pensament Hobsbawmnià.
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